Miro a través del cristal y descubro espesas nubes que empañan el paisaje y lo llenan de humedad, la misma humedad que inunda mis ojos, que habían permanecido alegres durante todo el tiempo que estuve perdida en ese verde horizonte, en medio de la nada, en medio de unos sueños rotos que parecían irse recomponiendo como las piezas de un viejo puzzle guardado en algún rincón perdido dentro de mí.
El tren se va alejando despacio, y va cogiendo velocidad, hasta que siento vértigo al descubrir que mi vida se me escapa de las manos, y los sueños rotos comienzan a agolparse en mi cerebro, que intenta permanecer al margen de mi tristeza, de mi rabia por no haber recuperado la cordura que debí perder en algún momento, no recuerdo cuál.
No sé muy bien si de nuevo volverán a alejarse esas nubes, y si se llevarán con ellas mi desesperanza, a pesar de que yo intente día tras día dibujar una sonrisa en mi rostro, que tan abatido se muestra cada vez que miro hacia delante para seguir luchando con mi realidad, con mis ganas de vivir, de reír, de mostrar todo lo bueno que puede albergar mi persona, de hacer felices a los demás y ser feliz yo misma, dejando a un lado los obstáculos y las barreras que van apareciendo en mi camino.
Al final, como cada día, cojo aire con todas mis fuerzas, mis pupilas se iluminan, mis labios sonríen y puedo descubrir cómo los rayos del sol se van filtrando entre las nubes, las cuales se marchan hacia otro horizonte muy lejano, junto con ese tren que he abandonado en medio del camino para seguir avanzando sobre hojas secas, disfrutando de algo que sólo a mí me pertenece, mi presente, mi vida, que es sólo mía y que me va sucediendo según la imagino y la proyecto, con la fuerza necesaria como para que todo salga bien, y pueda seguir saboreándola con mis cinco sentidos.