Madurar es lograr paz interior, y eso es lo que me ayuda a disfrutar de esta época del año a pesar del inevitable paso del tiempo y de las derrotas, porque todo forma parte de un ciclo y tras las penas vuelven las alegrías; son estaciones de paso que conforman un todo que es la vida.
Es un soplo de alegría disfrutar de las luces navideñas que embellecen el ambiente y ayudan a transitar mejor por los cada vez más tristes y oscuros diciembres.
Es reconfortante mirar hacia atrás y recordar las felices tardes alrededor de la chimenea en compañía de las personas que formaron parte de mi infancia, porque tienen ese lugar privilegiado en un rinconcito de mi corazón y su recuerdo, de algún modo, me protege.
Es una bendición regalar mi tiempo a los que aún quedan a mi lado, porque me ofrecen su cariño y lo que vivimos juntos suma momentos que enriquecen mi ciclo vital.
No volveré a recuperar aquella inocente mirada de fascinación al ver los escaparates llenos de juguetes y la cabalgata desfilando por las calles del pueblo que me vio crecer, pero sonrío con ternura al ver a los niños y niñas que viven esos momentos de ilusión, porque es a quienes ahora corresponde hacerlo.
A mí me toca seguir luchando por mantener esa salud mental tan necesaria para afrontar el tiempo tan duro que nos ha tocado vivir, y ello también implica ser feliz y tratar de hacer felices a mis seres queridos, pase lo que pase.
Feliz Navidad