Camino entre dos vertientes, el todo y la nada. El todo es el bien, la nada es el mal. El todo es la dicha, el amanecer, la esperanza, la ilusión; la nada es la tristeza, el ocaso, la resignación, la angustia. Ambas vertientes confluyen en un final, que es mi destino, y en el centro de ellas estoy yo, está mi actitud, están mis acciones, y la consecuencia de todo ello.
El mal viene a veces sin más, sin buscarlo, y cambia el rumbo de la vida, pero el todo es mi forma de afrontarlo, de luchar contra ello y también de asumirlo cuando no lo puedo vencer, cuando trato de atenuar el dolor que produce, arrinconarlo y centrarme en lo demás, evitar que la balanza de mis ideas se incline hacia la nada, desafiar el efecto de su destrozo y el agravio que me causa, y elevarme entonces hacia el todo más humano, el que hace que la herida parezca insignificante, aunque la vida, a veces injusta, siga el curso del daño inevitable, pero en el fondo la vida es eso, pinceladas de alegría, pedacitos de felicidad que, junto con trozos de destino amargo, forman parte de un todo infinito, y en ese todo he de seguir caminando, porque el mal existe, pero el bien está en mi interior, arraigado, eterno, y mantiene intacta mi energía, formando parte del lado más fuerte, del todo.