Todo estalló en mil pedazos y el día amenazó con transformarse en noche para toda la eternidad.
Me culpé tanto y tantas veces de todo lo ocurrido por haber ignorado esa realidad aplastante que acabó con mis ojos sangrando y convirtió un pequeño copo de nieve en un alud inmenso que devastó toda mi armonía.
Siempre quise creer en el cambio que nunca llegó, confié en la voluntad ajena como si fuera la mía, y mi propia inocencia terminó aniquilando cualquier atisbo de cordialidad.
Pero en el fondo, cargar con todo el peso de la culpa no puede ser cierto ni justo, como tampoco lo ha sido el querer ocultar la inmensidad con un solo dedo.
La tristeza merodea como un buitre hambriento a mi alrededor y el agobio deja posar sus zarpas en mi fatigado corazón, pero hay una pequeña luz en el confín de un camino abierto al futuro que pelea por brindarme su ayuda, porque una puerta de mi vida se ha cerrado para siempre sin que haya servido de nada la mano que yo tendí.
¿Y entonces ahora?; ahora toca vivir.
¿Y entonces ahora?; ahora toca vivir.