Puede que te equivocaras en las decisiones más importantes de tu vida y que tus pasos no fueran los más acertados, pero lo único que pedías cuando estuvimos a tu lado era nuestra risa, la compañía y la conversación intrascendente, poder pasar el tiempo haciendo algo tan agradable como era el estar en familia, sin importar lo que fuese a suceder mañana.
No puedo reprocharte nada, no sale de mí, es imposible, porque nunca te lamentaste de nada, no culpaste a nadie, ni siquiera a ti mismo que tan poquito te quisiste aun sin pretenderlo, sin ser consciente de que hay errores que sí se pueden evitar, incluso subsanar, y que siempre habrá personas que tenderán su mano pase lo que pase.
Nunca buscaste el enfrentamiento ni la polémica, no respondiste jamás a ninguna provocación por muy dañina que fuera, porque sólo deseabas paz en aquel sórdido mundo que había creado la persona que absorbió tu alma y te alejó de tu entorno para lograr ese objetivo tan despreciable que a veces caracteriza al ser humano.
Me queda el consuelo de haber intentado ayudarte y hacerte saber, a las puertas de tu despedida, que nos importabas mucho y que nuestra mano seguía ahí, abierta y esperándote.
Ahora te toca a ti tendernos la tuya, por si alguna vez nos volvemos a encontrar.
Mientras tanto, descansa en paz, tío.