En más de una ocasión tú y yo hemos fantaseado con la idea de habernos conocido mucho tiempo antes, haber disfrutado juntos de una juventud lejana, haber podido construir nuestra historia desde otros cimientos más convencionales; pero no fue así, y puede que haya sido preferible de este modo, porque aquella juventud pudo habernos dado la frustración surgida de la inexperiencia, la impaciencia de no haber sabido valorar lo que de verdad importa, o incluso tal vez tus ojos nunca habrían reparado en los míos de no haber conocido antes el fracaso.
Quizá por ello ha sido mejor descubrirnos estando a las puertas de esta madurez incipiente, la cual nos hizo fuertes ante tantos obstáculos que fueron reforzando este amor nacido a trompicones , extraño y distinto, pero ante todo único y nuestro, en un universo rodeado de miradas escépticas que acabaron aprobando lo que fue inevitable y verdadero.
Por eso hoy, en una fecha que marcó un punto de inflexión en nuestras vidas, me gustaría pedirte que no olvides nunca a la chica que te esperó bajo los almendros, la misma que sigue sonriendo cada vez que recuerda la primera mirada que le dedicaste, porque aquel día descubrió que las segundas oportunidades pueden ser las mejores, y son el impulso que necesitamos para comprender que vivir merece la pena.