martes, 1 de diciembre de 2015

Aceptar y disfrutar el paso del tiempo

El despertar de este sórdido invierno ha sido el amanecer más fascinante que he experimentado en mucho tiempo; larga y tediosa espera a un gran cambio que ha marcado el rumbo de mi destino, y ha dado lugar a una mágica recompensa.
El aroma de la brisa posee más que nunca una tierna calidez difícil de describir, pero a la vez tan deleitable cuando roza mi piel mientras disfruto del despuntar del día.
Ahora los días pasados, vistos desde la distancia, son tan fugaces que el aire limpio llena mis pulmones y otorga a mi esencia todo el fulgor que había ido perdiendo minuto a minuto hasta descubrir la noche reinando en mi sueño, posando sus garras en mí. Pero nada es eterno, ni el día ni la noche, ni el ruido ni el silencio, y todo lo que va sucediendo puede traer algo bueno, por eso es importante saber desplegar la capacidad de verlo, de forma que esa oscuridad aplastante puede no ser tan lúgubre y tan tétrica, sino misteriosa, penetrante y mágica, y puede hacerme palpitar de júbilo al descubrir que no hay nada tan maravilloso como compartir mi sonrisa con el resto del mundo, sea cual sea el color del día.
Siento que mi mirada es ahora acariciada por la dulce frescura del aire, que arropa mi cálida esperanza de seguir disfrutando durante mucho tiempo de esta ilusionante primavera, que asoma su figura en la lejanía y me ofrece la oportunidad de ser feliz en tantos momentos vividos, al recordar la candidez de la infancia o la frescura de la juventud, y también al mirar hacia delante y saber que la madurez está llamando a mi puerta, deseosa por dibujar en mi rostro el resplandor de los años vividos, y nada podrá compararse a la belleza de esa felicidad reflejada en mi mirada, que va cobrando vida a la vez que se alimenta de sueños realizados.